Sin rodeos; la película no es que sea mediocre o difícil de entender, es mala, directamente. Mal guión, mala dirección y como consecuencia mala interpretación (del enorme elenco de actores y actrices no se salva ni Penélope ni Antonio). Pero ya se ha escrito bastante sobre esto, y son muchos los que me han ahorrado el trabajo de poner a caldo este aborto de comedia, por lo que  no voy a hacer más leña del árbol caído. Sin embargo, de lo que me gustaría hablar es de la curiosa tesis de Almodóvar según la cual todos los hombres son homosexuales en potencia.

Según el director manchego la diferencia entre un hombre homosexual y un hombre heterosexual no es que a uno le atraigan sexualmente los hombres y a otro las mujeres; la diferencia, manifiesta en sus películas, y en especial en esta última, es que el hombre heterosexual es en realidad un hombre homosexual inmaduro que aún no ha llegado al descubrimiento de la “verdad” que por supuesto se halla entre las piernas de los de su mismo sexo.

El hombre heterosexual sería una especie de hombre cobarde, frustrado por experiencias sexuales no plenamente satisfactorias, fiel en su equivocación reiterada de la elección de la mujer como compañera. De hecho, el final feliz de la película consiste en que el único  protagonista heterosexual masculino (el único de entre muchos gays declarados y celebrados), amargamente encadenado a una mujer, al probar los encantos de los órganos genitales masculinos, consigue desprenderse de sus miedos y convenciones llegando así a aceptar su verdadera y satisfactoria naturaleza (y la de todos los hombres según Almodóvar).

En resumen; si un hombre continúa siendo heterosexual es simplemente porque el pobre aún no ha tenido la valentía de probar el sexo con otro hombre, puesto que de haberlo  hecho, y a modo de punto de inflexión irremediable, ya nunca más volvería a encontrar placer en la fría y húmeda carne de una mujer.

¿Y cuál es entonces el lugar donde queda la fémina?  Inevitablemente, y perdonad que me ponga densa, esto me remonta a las teorías de Aristóteles de la medicina hipocrática según las cuales la superioridad de los hombres se manifiesta en su mayor tamaño, y en el hecho de que sus órganos reproductores hayan crecido hacia fuera, en lugar de permanecer atrofiados hacia dentro. Según esta teoría, y enlazando con la reveladora tesis de Almodóvar, las mujeres son seres imperfectos que al no haber recibido el calor adecuado durante la concepción no han conseguido desarrollar plenamente sus potenciales, y son por tanto una especie de hombres infradesarrollados, algo así como monstruos o fenómenos anormales, “incapaces por lo tanto de dar placer a otros hombres” (apuntillaría aquí nuestro Almodóvar, feliz de ver como su transgresora idea sólo tiene 2.400 años de antigüedad).

Es curioso ver como Almodóvar, en su afán por exaltar el gayerismo como la verdad absoluta de la naturaleza humana, desprende en su película (consciente o inconscientemente) un mensaje misógino cansino camuflado en un ensalzamiento superficial de la mujer,  basado únicamente en la glorificación de su rol de género femenino y la imagen que de ello se deriva, siendo por lo tanto la belleza física el mérito único y valorable de la mujer.

Parece mentira pero ni un contestatario ochentero como Almodóvar se salva de continuar dando una visión retrógrada  y sexista de la mujer, en películas absurdas que como ésta, dan para todo, menos para hablar de cine.