Es una paradoja, casi un oxímoron: hoy en día, quien se atreve a hacer pintura, de esa que se realiza con caballete y pincel, es todo un transgresor. Y sí, digo atreverse con todo el sentido de la palabra, porque el artista que apuesta por mostrar proyectos cuyas obras se podrían considerar continuadoras de la pintura tradicional, aunque ésta sea abstracta – pues de lo que aquí se habla es de la técnica-, se arriesgan a ser tildados de carcas o desfasados. Nada más lejos de la realidad. En un mundo artístico marcado por el mass media, el vídeo, la instalación, el arte digital, la deconstrucción de objetos y lo conceptual, hoy en día pues, quien se atreve a mostrar con la austera sinceridad del pigmento sus inquietudes artísticas, es todo un revolucionario.
Es el caso de Pep Coll y su muestra Dec una cançó visitable en el Centre de Cultura Sa Nostra. Comisariada por Antoni Torres, la exposición tiene el gran mérito de haber sido fiel a los principios creativos del autor. Esta es una exposición de pintura, en la que, parece mentira que lo tenga que especificar, se muestra pintura, solo pintura, sin complejos; sin la necesidad de tener que proyectar a la fuerza un vídeo, o una instalación para “compensar” tanta bidimensionalidad, vaya a ser que el espectador se aburra o no sepa ver la modernidad de la propuesta.
Pero, ¿puede haber algo más original que el mostrarse sin artificios? Coll, con su exposición de pinturas que, vistas en conjunto resultan una explosión de color muy acorde con la estación actual, comparte los secretos de sus rincones más íntimos estructurados a partir de lo que le han inspirado tres cantos que versan en torno al amor imposible: la poesía de Giacomo Joyce, La Divina Comedia o la película La Gran Belleza. Definido como un artista de la abstracción lírica, la muestra de Coll reivindica la pintura por la pintura, sin más necesidad de adornos y demostrando que hay veces que solo con pintura, basta.
Crítica de arte publicada en el Diario de Mallorca el 17 de mayo de 2021