La premisa me encanta: reflexionar entorno a los procesos creativos del artista para ver de qué manera la inspiración, la técnica, el concepto y la repetición influyen en el acabado de una obra. Interesantísimo. El comisario, Óscar Alonso, propone al artista Joan Soler el experimento de repetir una obra antigua mediante la recreación idéntica del mismo esquema de producción seguido la primera vez. ¿Cuánto de casualidad o de causalidad hay en el arte? ¿Una obra repetida conserva ese aura de la que hablaba el famoso teórico Walter Benjamin, o ésta se ha perdido en este proceso de reproductibilidad? ¿Podemos volver exactamente sobre nuestros mismos pasos? ¿Si un artista se copia a sí mismo, la obra resultante es tan original como la obra primigenia? La respuesta a estas preguntas varía, seguramente, dependiendo del tipo de arte del que estemos hablando, y del grado de improvisación, espontaneidad, reflexión o técnica que venga implícito en él. En movimientos artísticos contenidos, eminentemente conceptuales, racionales, fríos y con pretensiones objetivistas, probablemente se pueda conseguir un resultado más similar al inicial que en aquellos dominados por la expresividad, la gestualidad, la subjetividad y la improvisación.
Las obras de Joan Soler, marcadas por la geometría y la rigurosidad, parecen buenas candidatas para este experimento. Lástima que en la exposición “La simetria de la imatge” del Solleric el espectador no llegue a conocer el resultado, “explicado de forma muy resumida” según el texto de sala. Tan resumida que ni se aprecia. Se ha perdido una buena ocasión de mostrar algo diferente y con contenido, comisario y artista trabajando realmente de manera conjunta en un proyecto común. El resultado, sin embargo, es una exposición algo aburrida, previsible, con algunos esbozos de obras en su fase inicial de producción junto a obras ya acabadas.
Por otra parte, hay que plantearse si esta propuesta artística de Soler tiene sentido bien entradito ya el siglo XXI. Más allá de gustos personales, lo cierto es que este tipo de arte geométrico tuvo relevancia a principios del siglo XX, cuando aportó algo nuevo a la historia del arte. En otro tipo de movimientos artísticos en los que se persigue la singularidad del genio creativo nunca se habrá dicho todo, porque lo que importa aquí es la peculiaridad, la originalidad y la personalidad. En cambio, en este arte frío, racional, que pretende limitar la contribución individual buscando la máxima objetividad posible, poco más hay que decir, pasado un siglo de los experimentos de Mondrien, Malevic, Van Doesburg o Albers. En esta exposición, la aportación original y valiosa de Soler y Alonso hubiera sido mostrar de forma más detallada los resultados del experimento planteado como premisa de trabajo, ahondando así en el proceso y reflexionando entorno a las conclusiones. Lástima que no haya sido así.
Crítica publiada originalmente en el Diario de Mallorca el 21 de mayo de 2018